Al abrir los ojos pensé que estaba en un lugar extraño, no se oía ningún ruido a mi alrededor, no percibía olores que me pudieran indicar dónde estaba. Una sensación extraña. La noche anterior había sido de locura, ajetreo, nerviosismo. No conseguía concentrarse y recordar. Me dolía la cabeza. Había sido una noche loca.
Marta, mi amiga me habría presentado un chico, hacia apenas un mes que lo había conocido. Recordaba aquellos días, habían pasado tan rápido. Recordaba las flores, los libros, los perfumes, el viaje. Pero no conseguía hacerme una imagen de aquella persona y de qué había pasado.
Mamá me decía que tuviera cuidado con todo, las maletas, los abrigos, el sol, las bebidas.
Las maletas estaban sin abrir, colocadas sobre la mesita. Empecé a recordar.
En el baño se oía un grifo y un leve rayo de luz asomaba por debajo de la puerta, olía a fresco, a gel de baño.
Las cortinas aún estaban pasadas y se presentía el calor y la luz solar que intentaba penetrar en la habitación.
De repente se abrió la puerta del baño y se recortó una figura masculina, brillaban las gotitas de agua en su torso húmedo, exhalaba fragancia varonil. Se dirigió hacia mí, acercó su cara a la mía, “¿Estas despierta, amor? ¿descansaste?”, me besó en los labios, “muuu, no me despiertes” alargué los brazos y tiré de él hacía mí, no deseaba despertarme aún.
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