Bienvenidos al blog de Tere

Este es el blog de Tere que les quiere expresar sus aficiones literarias, que empieza con muchas ganas de escribir, contar e inventarse a sí misma con relatos e historia de la vida misma.

jueves, 2 de febrero de 2012

La disco


Si algo recuerdo con cariño es la etapa de mi adolescencia cuando no eres consciente de los peligros, o simplemente, de los rubores. Si algo añoraba más cuando era una adolescente era ir con los amigos a la discoteca. Mis padres no me dejaban salir porque decían que se fumaba y se bebía mucho y podía caer en las drogas. Pero cuando una es joven no piensa en los peligros. Yo tenía una amiga con la que salía a dar una vuelta por el barrio, a la plaza donde nos reuníamos un grupo de compañeros del instituto. Lo más que hacíamos los sábados o los domingos era ir al cine con ellos. Con  dieciséis años lo que una quiere es disfrutar de los amigos, de la vida y de la naturaleza. Un día de verano en que fuimos a un apartamento del sur una amiga me presentó a su hermano mayor, Daniel, que era un chico muy guapo y algo ligón. Así que tan pronto me vio, le brincó el ojo. Se dejaba caer como por casualidad, aparecía con su hermana  para hablar conmigo. Yo al principio estaba muy avergonzada pero poco a poco cedí a sus camelos y un día me invitó a la discoteca del pueblo a bailar y tomar un refresco. Yo nunca había ido a la discoteca. Pero como íbamos  varios amigos.  El caso es que ese ambiente oscuro y estrepitoso no me gustó nada. Mi amiga me decía “no pasa nada, ya verás que divertido”. Al principio bailamos en grupo, todos juntos danzando cada uno a su estilo. La música moderna permite eso que nos movamos a nuestro ritmo. El hermano de mi amiga le gustaba mucho exhibirse y se movía como una serpiente de un lado a otro de la pista, con movimientos eléctricos, como si estuviera en trance. Sonaron muchas canciones de los grupos de la época: Bee Gees, Abba. Pero luego pusieron música melódica que me gustó mucho más. Tan pronto sonó El gato triste y azul de Roberto Carlos mi amigo se aproximó a mí, me cogió de la mano y tiró de mi hacia el centro de la pista. Todas los chicos que no tenían pareja se retiraron a sentarse o a la barra. El me apretó entre sus brazos, me condujo al centro de la pista donde se reflejaban las luces multicolores en los cristalitos pequeños de la enorme lámpara redonda que colgaba sobre nuestras cabezas, girando como al compás de la música. La música era preciosa pero yo no podía dejarme llevar, sentía miedo y vergüenza de bailar apretados. Mi amigo intentó besarme, sus labios rozaron mi cuello, sentí un escalofrío por toda la espalda. El ambiente era de calor y sopor, por mucho que me gustara la música, la vergüenza, el miedo a los impulsos,  sentía su cuerpo fuerte y sudoroso, la camisa húmeda. Mi cuerpo temblaba. Cuando terminó la canción me solté de su mano, salí corriendo de la disco, subí los escalones y llegué a la calle. El aire frío de la noche me acarició las mejillas ardientes. Era una noche de luna llena,  tenía la parada de la guagua cerca y había una esperándome,  como una salvación. Me subí y me marché sin despedirme. Llegué a casa antes de que sonaran las campanadas de la medianoche. Fue mi primera experiencia de salir de noche. Al día siguiente se acababan las vacaciones. No volví a ver a mi amigo pero recuerdo esa canción con cierta melancolía y cierto rubor.

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